Traumas infantiles
Ya sea que usted haya sido testigo o haya experimentado violencia cuando era niño o que sus cuidadores lo hayan descuidado emocional o físicamente, si ha crecido en un ambiente traumatizante es probable que aún muestre signos de ese trauma cuando sea adulto.
Los niños hacen que los eventos que presencian y las cosas que les suceden tengan sentido y significado, y crean un mapa interno de cómo es el mundo. Este sentido de hacer las cosas les ayuda a sobrellevar la situación. Pero si los niños no crean un nuevo mapa interno a medida que crecen, su vieja manera de interpretar el mundo puede dañar su capacidad para funcionar como adultos.
Aunque hay muchas secuelas de los traumas infantiles, aquí veremos específicamente cuatro maneras en que los traumas infantiles nos impactan como adultos.
1. El falso yo
Como terapeuta de traumas infantiles, veo a muchos pacientes que llevan heridas emocionales infantiles con ellos a la edad adulta. Una manera en que estas heridas se revelan es a través de la creación de un falso yo.
Como niños, queremos que nuestros padres nos amen y nos cuiden. Cuando nuestros padres no hacen esto, tratamos de convertirnos en el tipo de niño que creemos que amarán. Al enterrar los sentimientos que podrían interponerse en nuestro camino para satisfacer nuestras necesidades, creamos un falso yo: la persona que presentamos al mundo.
Cuando enterramos nuestras emociones, perdemos el contacto con lo que realmente somos, porque nuestros sentimientos son una parte integral de nosotros. Vivimos nuestras vidas aterrorizados de que si dejamos caer la máscara, ya no seremos cuidados, amados o aceptados.
La mejor manera de descubrir lo auténtico que hay debajo del falso yo es hablando con un terapeuta que se especializa en traumas infantiles y que puede ayudarle a reconectarse con sus sentimientos y expresar sus emociones de una manera que le haga sentirse seguro y completo.
2. Pensamiento de víctima
Lo que pensamos y creemos acerca de nosotros mismos conduce a nuestra auto-conversación. La forma en que hablamos con nosotros mismos puede darnos poder o desempoderarnos. La autoconversación negativa nos desempodera y nos hace sentir como si no tuviéramos control sobre nuestras vidas – como víctimas. Puede que hayamos sido víctimas cuando éramos niños, pero no tenemos que seguir siendo víctimas cuando somos adultos.
Incluso en circunstancias en las que pensamos que no tenemos elección, siempre tenemos una opción, aunque sólo sea el poder de elegir cómo pensar sobre nuestra vida. Tenemos poco o ningún control sobre nuestro entorno y nuestras vidas cuando somos niños, pero ya no somos niños. Es probable que seamos más capaces de cambiar nuestra situación de lo que creemos.
En vez de pensar en nosotros mismos como víctimas, podemos pensar en nosotros mismos como sobrevivientes. La próxima vez que se sienta atrapado y sin elección, recuerde que es más capaz y tiene más control de lo que cree.
3. Agresividad pasiva
Cuando los niños crecen en hogares donde sólo hay expresiones de ira poco saludables, crecen creyendo que la ira es inaceptable. Si usted presenció la ira expresada violentamente, entonces como adulto podría pensar que la ira es una emoción violenta y por lo tanto debe ser reprimida. O, si creció en una familia que suprimió la ira y sus padres le enseñaron que la ira está en una lista de emociones que se supone que no se deben sentir, usted la suprime. Pero como adulto podría beneficiarse de la ira.
¿Qué pasa si no puede expresar su ira? Si usted es alguien que reprime sus sentimientos de disgusto, es probable que ya sepa la respuesta: Nada. Usted todavía siente rabia -después de todo, la ira es una emoción natural y saludable que todos experimentamos-, pero en lugar de la resolución que viene con reconocer su ira y resolver lo que la desencadenó, simplemente sigue enfadado. No expresa sus sentimientos directamente, pero como no puede reprimir el enfado, expresa sus sentimientos a través de una agresividad pasiva.
4. Pasividad
Si usted fue descuidado cuando era niño, o abandonado por sus cuidadores, usted puede haber enterrado su ira y temor con la esperanza de que esto significaría que nadie lo abandonará o descuidará nunca más. Lo que sucede cuando de niños hacemos esto, sin embargo, es que terminamos abandonándonos a nosotros mismos. Nos contenemos cuando no sentimos nuestros sentimientos. Terminamos pasivos, y no estamos a la altura de nuestro potencial. La persona pasiva se dice a sí misma: «Sé lo que tengo que hacer, pero no lo hago«.
Cuando enterramos nuestros sentimientos, enterramos quienes somos. Debido al trauma emocional de la niñez, es posible que hayamos aprendido a ocultar partes de nosotros mismos. En ese momento, eso puede que nos haya ayudado. Pero como adultos, necesitamos nuestros sentimientos para decir quiénes somos y qué queremos, y para guiarnos a convertirnos en la persona que queremos ser.